Hace 10 años, Andrey Porras Abarca tomó la decisión de emprender, tras trabajar varios años en la empresa Holcim como técnico de mantenimiento y haber escalado posiciones en su paso por la transnacional.
“¡Qué bonito sería tener una empresa!”, “¡qué bonito no tener horario y ser mi propio jefe!”, se dijo. Y la odisea inició.
Su negocio, que se dedica al mantenimiento industrial y a proyectos de montaje o adaptación de maquinaria, lo fundó junto a dos socios, quienes fueron sus compañeros de trabajo en dicha compañía y amigos de colegio.
Los tres iniciaron con mucha ilusión, mas sin las armas requeridas. Usaron el dinero que les pagaron tras su renuncia para empezar.
Andrey creyó que de buenas a primeras su emprendimiento, denominado Tecniservicios Industriales de Costa Rica, estaba destinado a ser exitoso.
No obstante, hubo muchos problemas en el camino y las cosas no fueron como las había vislumbrado.
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“Pecamos de ignorantes, de visionarios, de acelerados”, reflexiona hoy.
Los clientes no llegaron tan fácilmente y su campo de acción era muy limitado.
Esto generó las primeras bajas en la empresa. En primer lugar, uno de sus socios abandonó la empresa a menos de un año de haberla establecido y meses después su otro socio también se marchó.
¿Cuál fue el motivo de su partida?
Las ganancias eran muy pocas y se habían endeudado mucho.
Solo, con deudas y multas
A pesar de haberse quedado solo, Andrey siguió al frente de la empresa con la esperanza de levantarla.
Esos años no fueron fáciles, cuenta Andrey. No tenía carro ni ningún medio de transporte propio, por lo que movilizarse a realizar trabajos era muy complicado.
“Viajaba con mis cajas de herramientas al hombro, en bus, desde mi casa en Tres Ríos hasta Escazú y Santa Ana, Cartago, incluso hasta Guápiles. Fui en esas condiciones, era muy, muy duro, peor cuando llovía”, relató el joven de 33 años.
En esos momentos, en los que su cuerpo y sus herramientas se empapaban, Andrey sentía “lástima” de sí mismo.
A veces dejaba las herramientas en las bodegas de los clientes y cuando regresaba habían desaparecido taladros y otros equipos.
Él no se sentía en la posición de reclamarles, pues le habían hecho el favor de guardarlos.
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Otra penuria que vivió se relacionó con su falta de experiencia en el campo administrativo.
Andrey ignoraba que fundar una empresa trae obligaciones con diferentes instituciones, incluido el Ministerio de Hacienda.
Él nunca presentó sus declaraciones de renta ante la Dirección General de Tributación (DGT) y, por incumplir ese deber, le fijaron una alta multa, que le costó bastante cara.
Después de cuatro años de intentar rescatar su empresa, Andrey decidió buscar trabajo.
Estaba totalmente decepcionado de ver que todo su esfuerzo parecía haber sido en vano.
Se fue a trabajar a una empresa.
“Diay sí, me dedico a cumplir un horario, a cumplir con mis asignaciones y me desprendo de este dolor de cabeza (de ser emprendedor)”, se dijo.
Por muchos meses, una parte importante de su salario lo destinaba a pagar la multa que contrajo con Tributación (llegó a un arreglo de pago).
Aunque era uno de los que ganaba mejor en su nuevo trabajo, luego de que le depositaran su salario tenía que pagarle entre ¢250.000 y ¢300.000 a Tributación y cancelar otras obligaciones.
Ni siquiera le quedaba suficiente para ir al cine o para alguna distracción y esto era sumamente frustrante para Andrey.
La situación persistió hasta que finalmente logró pagar lo que debía, que más o menos ascendía a ¢2 millones, rememora.
“Fui irresponsable e inocente”, dice.
La decisión de cerrar y un suceso inesperado
Andrey juzgó que ya era hora de ponerle punto final a su empresa. Su idea era desinscribirse de la DGT y decirle adiós oficialmente a su etapa como emprendedor.
Pero, sucedió algo inesperado.
“Curiosamente, empezaron a contactarme viejos clientes y unos nuevos, lo cual tomé como un trabajo extra por las noches o fines de semana”, recuerda.
De repente, la cantidad de clientes creció y ya no disponía de tiempo suficiente para realizar los trabajos. Luego, se vinieron mejores circunstancias.
El emprendedor cerró las primeras negociaciones con marcas internacionales.
“Esto le dio un empujón rapidísimo a la empresa. Ya no solo dábamos servicio, sino que también empezamos a representar marcas y a vender sus productos”.
Andrey renunció al trabajo y otra vez decidió apostar por su emprendimiento.
Esta vez las cosas eran diferentes. El riesgo era un tanto mayor, pues estaba recién casado y venía su hijo en camino.
“Si fallaba de nuevo ya no sería solo mi bienestar el que estaba en juego”, pensó.
Ya pasaron tres años de haber tomado la determinación de volver a emprender y, aunque no todo ha sido feliz, no se arrepiente.
Por varios años trabajó solo. En la actualidad tiene un departamento técnico formal, una oficina, sistema de cómputo, cuentas en diferentes bancos y está registrado ante la Caja Costarricense de Seguro Social.
Además, tiene póliza con el Instituto Nacional de Seguros y esta vez ni en broma se olvida de cumplir con sus obligaciones tributarias.
“Tenemos una cartera de clientes con empresas de las más grandes del país, así como medianas y pequeñas”, detalla.
La empresa es representante de marcas especializadas como Jaso Industrial y Motorman de España, Autec Safety de Italia, Hydronix de Inglaterra, Advantech y AMS Controls de Estados Unidos
Además, realiza negociaciones con empresas de Japón y China y con marcas en el área de la generación y almacenaje eléctrico. El plan es expandirse en la región.
En la empresa laboran cinco personas y el empresario recibe la asesoría de su esposa Dinia Navarro, a quien considera su mano derecha.
Hoy Andrey reconoce que la persistencia es la clave que le permitió estar donde se encuentra ahora.
Él estima que hay que saber sobrellevar los malos momentos, disfrutar los buenos, pero tampoco andar derrochando.
Más bien, hay que tratar de mantener un ahorro para los malos tiempos y siempre pensar en que nada es imposible, aunque suene de película.
Advierte que hay que esforzarse muchísimo y hasta sacrificarse.
"Si la mentalidad del emprendedor está en decir que voy a dedicarme a lo propio para levantarme tarde, para dormir mucho, para venir a almorzar dos horas a mi casa y ver tele, para no comerme presas, para no aguantarme a un jefe que me grite y ganarme un millón de colones al mes, ya empezó mal. Las cosas no son así”, recalca.