Como estaba a media jornada, una de las medidas que aplicó la empresa en que trabajaba, Katherine Benavides quería aprovechar el tiempo que le sobraba.
Había pensado en hacer postres. Un jueves estaba por ir a comprar los materiales para hacerlos el viernes y venderlos en el fin de semana. En eso le llegó la carta de despido.
“Tenía dos opciones”, cuenta Katherine. “Me pongo en el papel de víctima o lo tomo como una oportunidad”.
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Ese mismo día se fue a comprar los materiales e inició el viernes su negocio: Nina by Katy. Los primeros compradores fueron amistades y familiares.
Hizo ¢15.000. ¿Con lo que haría en un mes sería suficiente?
Para Katherine no se trataba de hacer lo mismo de siempre, pues sabe que en los negocios hay que hacer la diferencia.
¿Cómo hacerlo en un negocio tradicional y donde tanta gente intenta también ganar clientes e ingresos?
Ella vive en una extensa propiedad compartida con las viviendas de una abuela, la mamá y sus hermanas en barrio Lámparas, que pertenece a Alajuelita y se ubica en límite con Aserrí.
“Es en la pura cima de una montaña”, indica.
Desde los 15 años trabaja en tiendas y cuando llegó a la mayoría de edad empezó a trabajar en una universidad, donde también estudió publicidad.
En ese empleo duró tres años.
Hace diez años se trasladó a una empresa de automóviles ubicada en La Uruca, primero a un puesto de recepcionista y luego como asistente del director comercial.
La mitad de ese tiempo estuvo en el departamento de mercadeo, donde también empezó como asistente y terminó como coordinadora de mercadeo en la producción de eventos.
En marzo pasado, precisamente, estaban preparando la participación de la marca en la ExpoMóvil cuando se anunció la suspensión de la feria debido a la pandemia del COVID-19.
En la empresa lo primero que hicieron fue enviar al personal al teletrabajo. Posteriormente aplicaron una reducción de la jornada.
Fue cuando Katherine empezó a darle vuelta a la idea de aprovechar su tiempo libre haciendo y vendiendo postres.
“Como la gente está en la casa con el confinamiento, aumentan el consumo de alimentos, incluyendo los postres”, pensó ella.
El día que se propuso comprar los materiales para empezar, a finales de abril pasado, le llegó la carta de despido.
No lo esperaba. Fue duro. Pero no había tiempo para quedarse sin hacer nada y solamente lamentarse.
La liquidación le sirvió para acondicionar la cocina de la casa y adquirir algunos equipos, como una batidora y unos hornos.
Con su hermana Natalia, que es pastelera de oficio y también estaba si empleo, empezó a hacer dos líneas de postres.
La primera es de postres contemporáneos, la cual incluye queque de zanahoria, de galleta oreo, tres leches y pie de limón, entre otros.
La asociación fue clave. Mientras Stephanie se encarga de crear ideas y promoverlas, Natalia las ejecuta a la perfección con su habilidad, experiencia y conocimiento.
¿Qué podían hacer distinto?
Por ejemplo, en lugar del típico tres leches ahora ofrecen uno con frescoleche de fresa.
¿Y en queques? Uno de helado de churchill.
La semana pasada fue un queque de chocolate relleno de helado de milán de menta.
La línea incluye productos libres de gluten, así como un queque keto.
“Como el negocio nace con la pandemia, por lo que hay que adaptarse a la situación y a las necesidades de los clientes”, explica Katherine.
La segunda línea son los postres tradicionales.
Por ejemplo, el tamal de elote y el tamal asado hecho en la cocina de leña de la abuela, que le da un sabor muy distinto.
Y la torta de arroz o de novios, que la abuela y la bisabuela de Natalia y Katherine hacían para los turnos de la comunidad, en las velas que antes se realizaban en las casas y en las bodas.
Son postres que tienen historias, que la gente recuerda con mucha atención por la nostalgia.
Cada fin de semana crea tres postres diferentes (uno tradicional y dos contemporáneos) para vender a ¢2.500 cada porción.
Este fin de semana es tamal de elote junto con torta fría de maracuyá y torta chilena.
Con los pedidos recibidos a través del Facebook y el WhatsApp hace una ruta para hacer las entregas los viernes y los sábado. (Los domingos son de descanso.)
Con las entregas van a Aserrí, Desamparados, Curridabat, Moravia, Tibás, Escazú y Santa Ana.
Si alguien vive muy alejado, se ponen de acuerdo para hacer la entrega en un punto intermedio.
La semana anterior las ventas sumaron ¢500.000 y ya la llaman de las empresas.
Incluso en la compañía donde trabajaba le encargaron 20 queques para entregar a los colaboradores que están en teletrabajo.
Le pregunto cuántas opciones de postre ofrece.
“Precisamente estaba haciendo la lista”, me responde y la escucho contar. “Son más de veinte”.
La semana pasada le hicieron un pedido de un queque entero de pie de limón libre de azúcar, para una persona con diabetes.
Entre las creaciones se incluye un queque entero, de cinco porciones, que Katherine dice que es ideal para “burbujas sociales”. Cuesta ¢10.000 colones.
Los precios de la línea premium (tiramisú, queque helado churchill y queque de helado chocomenta) llegan a ¢20.000.
Aparte de Natalia, en el negocio también están involucrados el resto de la familia, ya sea para las entregas (donde le ayudan otra hermana y un cuñado) como en la limpieza de los utensilios, a cargo de la mamá.
El tamal asado lo hacen la abuela y la mamá.
“Es un negocio familiar”, dice Katherine.
Los ingresos los distribuyen entre todos.
“Postres Nina by Katy tiene tres meses y no esperé que a la gente le gustara tanto el producto”, reflexiona y agradece Katherine. “Lo que queremos es seguir creciendo.
Entre todos hay una gran compenetración y se complementan muy bien. Como ellas es publicista le gusta estar innovando.
Pero lo más importante es que Katherine tiene claro que se debe generar una buena experiencia en el cliente.
Para eso a cada comprador le comparten las fotos del avance de algún encargo.
Otra fórmula que les ha dado resultados es aprovechar las redes sociales, incluyendo Instagram.
El día del Padre, a mediados de junio pasado, vendieron unos kits para que los mismos clientes hicieron alfajores.
Luego produjeron un video sobre cómo hacer los alfajores.
Así crean la experiencia más allá del logro que ya tienen: que a los clientes les guste el postre que le venden.
Katherine dice que en la empresa donde trabajaba se han portado muy bien y que comprende la medida que tuvieron que adoptar.
Si la vuelven a llamar, aceptaría. Pero mantendría el negocio de postres.
“Tengo la capacidad de llevar los dos negocios y aquí siguen mi hermana y mi cuñado”, indica.
Es un reto y hay que aprovechar.
“Hay que adaptarse a lo que ocurre y a las nuevas formas de hacer negocios”, sostiene.