Las centrales nucleares están en primera línea frente al cambio climático y deben adaptarse para seguir funcionando de forma segura en condiciones extremas, como sequías, olas de calor o tsunamis.
“El cambio climático tendrá un impacto en las centrales nucleares más pronto y más fuertemente de lo que los industriales, los gobiernos o los reguladores pueden predecir”, advierte Paul Dorfman, especialista en la University College London.
El investigador acaba de publicar un informe bastante crítico sobre los riesgos que el cambio climático podría entrañar para el sector nuclear en el Reino Unido, un país que, sin embargo, cuenta con ese tipo de energía para alcanzar sus objetivos de neutralidad en emisiones de carbono.
"La energía nuclear está, literalmente, en la línea de frente del cambio climático", señala el informe.
Por su parte, el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU) advirtió hace poco en un proyecto de informe que las olas de calor se acentuarán y de la amenaza que suponen olas capaces de inundar costas, provocadas por el aumento del nivel del mar.
Unos problemas que afectan directamente al sector de la energía nuclear, sobre todo porque los reactores ―que necesitan ser enfriados permanentemente―, necesitan sacar agua de una “fuente fría”: una corriente de agua o el mar.
Durante las canículas, se ven obligados a adaptarse de forma puntual. Algunos veranos, la compañía francesa EDF ha reducido la producción o interrumpido la actividad de algunos reactores.
Uno de los problemas proviene de los límites de la temperatura del agua que las centrales expulsan, para proteger la flora y la fauna acuáticas. El verano pasado, EDF se vio obligado a parar un reactor del sur de Francia por esta razón.
El otro problema atañe a la seguridad durante olas de calor prolongadas combinadas con sequía, que puede conducir a una reducción del caudal de los cursos de agua.
No obstante, ambas cuestiones han tenido efectos limitados hasta ahora. En Francia, las pérdidas de producción a causa de las altas temperaturas de los cursos de agua representaron el 0,3% de la producción nuclear anual desde 2000, según EDF.
“Un paso por delante”
Pero ¿podría peligrar el recurso a la energía nuclear a causa de un aumento de los acontecimientos climáticos extremos? "No estamos en la coyuntura de revisar completamente el diseño de las instalaciones o de replantearnos la construcción de nuevos reactores", señala Karine Herviou, directora general adjunta del Instituto de Radioprotección y de Seguridad Nuclear (IRSN).
Una afirmación que también es válida para las instalaciones construidas a orillas del mar, como una central que se está erigiendo en Flamanville (norte de Francia). Este tipo de plantas están expuestas a riesgos como el de tsunami, por ejemplo. "Son cosas que se tuvieron en cuenta desde que se diseñó el reactor EPR, por ejemplo, cuando se intentó proyectarse en evoluciones futuras", subraya. En Flamanville, el reactor está ubicado "muy alto, para incluir una posible evolución del nivel del mar en un plazo de 60 años", indica.
En cualquier caso, los riesgos se evalúan con mucho margen durante el diseño de las plantas. Además, las centrales nucleares también se van adaptando mientras están en actividad, con inspecciones de seguridad completas cada diez años.
"Con el diseño inicial, y con las revisiones de seguridad que llevamos a cabo, somos capaces de ir al menos un paso por delante en la evolución de los riesgos, incluso en un contexto de cambio climático. Y se conocen soluciones industriales", considera un experto de EDF.
Por ejemplo, en Francia, las centrales fueron equipadas en los últimos años con sistemas de climatización industrial para hacer frente al calor o con generadores diésel de emergencia resistentes a tornados.
"Por todo el mundo, más o menos, se han puesto en marcha soluciones industriales", destaca asimismo el experto de EDF. "Hay ejemplos que muestran que se puede seguir funcionando sin agua", apunta también, en alusión a un recurso que podría escasear en un futuro.
En Estados Unidos, la central de Palo Verde, en el desierto de Arizona, no tiene ninguna fuente de agua cerca y utiliza aguas residuales de la ciudad de Phoenix para funcionar.