Hay opiniones de todos tipos, colores y sabores. Prácticamente sobre cualquier asunto. Además, con la masificación de los medios y redes sociales, la gente difunde e impone lo que piensa. Así, sin filtros. Sin pensamiento crítico. Sin asumir ninguna responsabilidad. Algunos lo llaman la dictadura de la opinión personal.
Existe la falsa presunción de que todas las opiniones son respetables. Pues no. Se debe respetar a la persona que las pronuncia, al individuo, a su dignidad inalienable como ser humano. No necesariamente todas sus opiniones.
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Hay opiniones que son claramente falsas, infundadas, incorrectas, e irracionales. Otras fomentan la ignorancia, la intolerancia, el odio y el resentimiento. No es un asunto inofensivo. En la historia abundan los ejemplos de cómo ese tipo de opiniones han ocasionado grandes desastres.
Este tipo de opiniones deben ser combatidas y refutadas. Se debe responder con datos y argumentos sólidos, con determinación, asertividad, pero sin insultos. Es una obligación ética hacerlo. El mantener la neutralidad constituye una posición que las favorece.
Una cosa es que exista libertad de expresión, lo que incluye la no discriminación por tener un punto de vista personal, y otra que las opiniones sean correctas o aceptables. No todas las opiniones tienen el mismo valor. Las opiniones deben estar sustentadas en evidencias y hechos. Deben ser presentadas de una manera lógica y coherente.
Por ejemplo, alguien puede decir que la tierra es plana, que la evolución no existe, o que las elecciones presidenciales fueron fraudulentas. Puede decirlo, pero en ausencia de evidencias, se debería considerar una opinión sin valor alguno. Asimismo, las opiniones ofensivas, las que incitan a cometer delitos, violencia o segregación, deberían ser rechazadas de plano.
Las autoridades, sin embargo, no deberían censurar precipitadamente a quien exprese sus ideas. En general, las restricciones a la libertad de expresión deberían ser mínimas y no se debería perseguir a quien pronuncia opiniones falsas. Por supuesto, la libertad de expresión también incluye la sana crítica.
Por último, cada quien tiene la responsabilidad de someter cada opinión, tanto ajena como propia, al escrutinio de la razón. Es probable que este ejercicio muchas veces concluya en un “calladito más bonito”.