Las tensiones entre Occidente y Asia, y especialmente entre Estados Unidos y China, se están expandiendo a un nuevo frente: los microchips o microprocesadores, componentes diminutos pero vitales para las nuevas industrias tecnológicas.
Estados Unidos y Europa buscan sacudirse de su dependencia de la producción asiática, particularmente de Taiwán que domina esta industria. Para eso emprendieron programas multimillonarios para levantar fábricas a través de incentivos que ponen a las compañías del sector en un aprieto.
Mientras eso sucede, Costa Rica observa con la oportunidad latente de abrirse paso y recolocarse como un punto estratégico, aprovechando su expertise en tecnología, que ya cuenta con una planta de Intel y la tendencia del nearshoring, por su cercanía a Estados Unidos.
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Pulso intercontinental
El año pasado el presidente estadounidense, Joe Biden, firmó una ley –conocida como Chips Act– que tiene como objetivo atraer a ese país inversiones para el desarrollo y la producción de microprocesadores a través de diversos incentivos.
Más recientemente, Biden propuso nuevas restricciones para las empresas que quieran aprovechar estos beneficios pero que tengan operaciones en China, algo que Pekín catalogó como “proteccionismo”. Estas medidas son más duras de lo que la industria esperaba y podrían tener repercusiones económicas para las compañías que posean grandes negocios en el gigante asiático.
“Esto va a hacer que un buen número de empresas se cuestionen si quieren aceptar la financiación de Chips Act”, afirmó Angela Styles, abogada asesora de empresas de semiconductores, al medio estadounidense The Wall Street Journal.
La Unión Europea (UE) no se queda atrás. A mediados de abril se dio a conocer que ese bloque llegó a un acuerdo para aprobar la Ley Europea de Chips, que movilizará unos $47.000 millones de inversión con la meta de duplicar el peso de la UE en la producción mundial de estos elementos.
En ambos territorios ya existen significativas inversiones en marcha. En Texas, EE. UU., Samsung está construyendo una planta de manufactura avanzada de chips por un valor de $17.000 millones y visualiza dejar otros $200.000 millones en ese estado.
En el cercano estado de Arizona, el gigante taiwanés TSMC proyecta levantar un complejo para chips avanzados con un costo de $40.000 millones, mientras que planea otra planta en Alemania.
De esta forma, Occidente quiere cortar su dependencia de chips asiáticos, pero al mismo tiempo codicia la capacidad de producción y el knowhow de Taiwán, el principal productor mundial de microprocesadores, y coquetea con TSMC.
No es casualidad que la exlíder del Congreso estadounidense Nancy Pelosi se haya reunido con Mark Liu durante su comentada visita a Taiwán. Liu es presidente de TSMC, firma que suple a marcas como Apple.
Según los datos de la Asociación de la Industria de Semiconductores (SIA, por sus siglas en inglés), Taiwán produce el 66% de los chips. Si se le suma el 17% de Corea del Sur y el 8% de China, las cifras evidencian un dominio asiático.
Dentro de ese 66% taiwanés, el 56% corre por cuenta de TSMC, el 7% lo produce UMC y el 3% proviene de otros fabricantes.
La preocupación de Occidente viene porque Estados Unidos y Europa consumen más de la mitad de la producción mundial. Es decir que poco de lo que produce Asia se queda en ese continente.
Esta preocupación no solo tiene raíces en la competencia tecnológica, sino en razones geopolíticas. Tras el inicio de la guerra entre Rusia y Ucrania crecieron en paralelo las tensiones entre China y Taiwán. Un posible conflicto o invasión china a la isla detendría el suministro de chips y, en consecuencia, provocaría escasez.
“TSMC dejaría de ser operativa. Nuestras instalaciones de producción muy sofisticadas dependen de la conectividad en tiempo real con el exterior, con Europa, Japón y Estados Unidos”, reconoció Liu en la cadena CNN poco antes de la visita de Pelosi a Taiwán en agosto de 2022.
La relocalización de operaciones podría posicionar a TSMC y Samsung como los mayores competidores mundiales, pero otras compañías como Intel o Infineon también quieren su pedazo del pastel y aquí es donde Costa Rica podría tener oportunidades.
El lugar de Costa Rica
Costa Rica tiene varias ventajas que podrían jugar a su favor en la atracción de nuevas inversiones de la industria de microprocesadores: está posicionado como un fabricante y exportador de alta tecnología, especialmente dispositivos médicos; tiene en su territorio una sede de Intel y está próximo a EE. UU., por lo que puede aprovechar el nearshoring.
Dentro de la ley estadounidense de chips se incluye una porción de $500 millones que se otorgarán a proyectos internacionales de semiconductores. Así lo confirmó José Fernández, subsecretario para Crecimiento Económico, Energía y Medio Ambiente de EE.UU., en entrevista con EF en setiembre anterior.
“Es una oportunidad para Costa Rica. Es un incentivo que el Congreso ha promulgado para buscar la manera de establecer otras fuentes de producción de semiconductores alrededor del mundo”, afirmó Fernández, quien invitó al Gobierno a revisar esa legislación para valorar una posible propuesta.
Este medio consultó al Ministerio de Comercio Exterior (Comex) si existe algún plan en ese sentido, pero no se recibió respuesta al cierre de esta nota. Esa entidad encabeza ahora, junto con la Promotora de Comercio Exterior (Procomer), la atracción de inversión extranjera a Costa Rica tras el finiquito unilateral del acuerdo con la Coalición Costarricense de Iniciativas de Desarrollo (Cinde).
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Para Sandro Zolezzi, gerente de Investigación Aplicada, Monitoreo y Evaluación de Cinde y profesor de Lead University, Costa Rica tiene potencial para entrar en la tercera etapa de producción de estos elementos.
Según explicó Zolezzi, la cadena global de estas piezas electrónicas tiene al menos tres etapas. La primera es el diseño o I+D y la segunda es la fabricación de las mismos. En estas primeras fases, el gerente ve pocas posibilidades para el país por escasez de talento muy especializado y regulaciones del uso de agua, entre otras razones.
La tercera etapa es probar y ensamblar los microprocesadores, tareas para las que el país cuenta con personal habilitado técnicamente.
“Costa Rica compite con China y otros países de Asia en este eslabón. Sin embargo, estamos muy cercanos a EE.UU. y somos socios de ese país”, expuso el académico, quien agregó que la posibilidad más tangible es agregar valor en los sustratos orgánicos para el ensamble seguro de esos microprocesadores y sugirió mejorar las regulaciones internas.
El nuevo petróleo
Los microchips están presentes en todo lo que use alta tecnología: desde dispositivos de comunicaciones hasta satélites. Los chips modernos son mucho más complejos y tienen miles de millones de transistores.
Según la SIA, los sectores de comunicaciones y computación son los principales consumidores de chips.
El desarrollo tecnológico está empujando la demanda de estos elementos y la oferta se está quedando corta; ahí radica su importancia estratégica.
“Hay quien define a los semiconductores como el petróleo del siglo XXI”, expresó Andreas Schumacher, de la compañía Infineon Technologies, al medio alemán DW.
Ya antes sectores como los fabricantes de automóviles han tenido que parar la producción por escasez de estos circuitos, como ocurrió entre 2020 y 2021.
La gran mayoría de la demanda de estos componentes está impulsada por productos de consumo final, como computadoras portátiles o teléfonos inteligentes.
Además, los consumidores en los mercados emergentes, como los de Asia, América Latina, Europa del Este y África, están presionando la producción al alza.