Cuando apareció la fotografía en el siglo XIX, se vaticinó el fin de la pintura. Cuando llegó el cine, se habló de la muerte de la fotografía. Y así sucesivamente. Cada tecnología cambió el panorama del trabajo y modificó cómo se ejecutaban los oficios y las actividades. Ahora tomamos fotos con cámaras digitales y con celulares.
El desarrollo tecnológico permite que, nunca como ahora, la humanidad tenga el potencial de reducir al menos la jornada laboral (en algunos países se habla de 30 o 35 horas semanales sin modificar salarios) gracias a la automatización con la robótica y la inteligencia artificial (IA) de una gran cantidad de tareas, empezando por todos los procesos que hacemos en una computadora, y gracias a la enorme generación de riqueza. Lograrlo implica otras relaciones sociales o ajustes en el contrato social.
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Al mismo tiempo, nunca como hoy, la tecnología nos coloca a un paso de la distopía orwelliana, el desempleo masivo, la delincuencia sofisticada y el agrandamiento de las diferencias sociales de formas que ya se insinúan en el derroche, el poder y la arrogancia de las llamadas élites tecnoligárquicas. Muchas actividades y oficios podrían desaparecer o transformarse, como pasó cuando apareció el automóvil con la diligencia en Estados Unidos y la carreta de bueyes aquí después de la segunda revolución industrial y tecnológica.
Los riesgos actuales son muchos. La tecnología de la IA puede ser, como Internet lo es desde los años 90, un arma letal en manos de Estados y grupos cibercriminales, asociaciones políticas extremistas y creadores de contenidos falsos. También hay riesgos mortales para algunas personas. Unos simples estafadores pueden crear sitios web en minutos que imitan a los de tiendas minoristas legítimas para robar los datos bancarios de los usuarios. Y la legislación local e internacional hace aguas: si se logra aprobar algo, rápidamente queda desactualizada.
Es cara y cruz. La IA puede ser la tecnología que nos lleve a curar el cáncer y también a que el 50% de los empleados humanos sean sustituidos antes de 2030. The Wall Street Journal reporta que, sin estar en recesión, por primera vez las firmas despiden ejecutivos en Estados Unidos: así cobra sentido la frase “es un momento difícil para ser un joven que busca trabajo, a menos que trabajes en IA”.
En el periodismo, el avance tecnológico con la IA trae cambios innegables. Antes se tardaban horas o días transcribiendo un audio de una entrevista. Hoy varias aplicaciones realizan la transcripción en segundos. Y ni hablar de la creación de textos completos, como el que podrá leer en la sección Por Invitación de este ejemplar, creado por Gemini.
“Es un beneficio inmediato”, dijo Jon Hernández, experto en IA, en el diario español El Mundo. “Si empiezas hoy a usar la IA, la semana que viene ya te ahorras dos o tres horas de trabajo. La IA nos está sustituyendo en todo”.

Cómo llegamos aquí
La idea de una máquina pensante o que haga el trabajo por nosotros no es nueva, sino parte de un sueño que ha habitado la ciencia ficción y los laboratorios durante décadas.
Desde las primeras conceptualizaciones de Alan Turing hasta los talleres fundacionales en los años 50, la inteligencia artificial IA recorrió un largo y sinuoso camino, con periodos de gran expectación, seguidos de largos “inviernos” de desinterés y falta de financiación. Era una promesa latente, una tecnología brillante en teoría, pero que en la práctica chocaba contra un muro de concreto: la limitada capacidad de cómputo.
El cambio de paradigma no vino de un solo algoritmo genial, sino de la fuerza bruta de la tecnología. La explosión en la capacidad de procesamiento de los chips, impulsada en parte por la industria de los videojuegos, y la consolidación de gigantescos centros de datos en la nube crearon el ecosistema perfecto. De repente, era posible alimentar a los modelos de IA no con unos cuantos libros, sino con bibliotecas enteras, con una porción masiva de todo el Internet. Estos “océanos de información”, procesados a velocidades antes impensables, permitieron el surgimiento de los grandes modelos de lenguaje.
Y entonces, a finales de 2022, llegó ChatGPT y lo cambió todo. Hasta ese momento, para la gran mayoría, la IA era un concepto abstracto o una función invisible de aplicaciones como Waze (para brincarse la presa) o Netflix (para recibir recomendaciones). No era algo con lo que se pudiera “conversar”. ChatGPT demolió esa barrera; le dio a la IA una interfaz tan simple como revolucionaria: una caja de chat. Por primera vez, la masa no especializada pudo interactuar directamente con una IA de altísimo nivel, pedirle que escribiera un poema, que depurara código o que planificara unas vacaciones.
Este fue el verdadero salto que nos tiene en esta edición especial de El Financiero dedicada a la IA. Ahora la IA está en boca de todos, desde estudiantes de secundaria hasta profesionales con décadas de experiencia, desde médicos hasta políticos. La percepción pública de la IA se transformó en cuestión de semanas, pasando de ser un peligro de la película Terminator a un asistente personal, un tutor y una fuente casi inagotable de creatividad.
Dando apenas un vistazo, algunos pueden pensar que hemos llegado a la cima, pero la realidad es que apenas estamos viendo la punta del iceberg. Así como el primer automóvil Ford T parece un artilugio primitivo frente a los vehículos actuales, o como las primeras páginas de Internet de los años 90 son hoy una reliquia, ChatGPT y sus contemporáneos serán vistos como los pioneros de una era. Son un paso más en una evolución tecnológica que no se detiene. Dentro de unos años, estaremos inmersos en un entorno donde la IA estará aún más integrada, será más predictiva y personal, presentando dilemas y oportunidades que hoy apenas podemos empezar a imaginar. Lo que hoy nos parece asombroso, en poco tiempo será el estándar sobre el cual se construirán las próximas revoluciones.
Cambio total
La IA no es un Power Point o un procesador de texto para elaborar una carta, una ayuda para pedirle una receta o un creador de imágenes. El sueño declarado públicamente por Mark Zuckerberg, el fundador de Meta (propietaria de Facebook, Instagram, Threads y WhatsApp) es “una IA más inteligente que los humanos y personalizable para cada uno”.
“Durante los últimos casi 50 años hemos sobrevalorado la inteligencia artificial y en los últimos cinco la estamos infravalorando”, advirtió Max Tegmark, del MIT. Es una tecnología que está cambiando la forma en la cual vivimos, cómo trabajamos, cómo elegimos gobernantes y productos y cómo nos entretenemos.
Samsung reveló recientemente que sus televisores de última generación incluyen procesadores IA que usan algoritmos avanzados para analizar cada fotograma, optimizarlo y convertir un contenido de baja resolución a calidad cercana a 4K y 8K. Los chips mejoran detalles, texturas y bordes. Detectan la iluminación de la habitación y ajustan la imagen para mayor claridad sin pérdida de color. Son capaces, además, de diferenciar entre paisajes, deportes, películas o animaciones para mejorar cada tipo de contenido con configuraciones específicas.
“No solo mejoran el rendimiento técnico de los televisores, sino que también demuestran el papel central de la IA en la creación de experiencias más intuitivas, inmersivas y conectadas con la vida cotidiana de los usuarios”, dijo Celso Barros, director regional de visual display Samsung.
Lo mismo pasa con los teléfonos inteligentes. El iPhone 17, que Apple presentará el próximo 9 de setiembre, vendrá con IA de esteroides añadidos. Ya los iPhone y los smartphones —como el nuevo Pixel 10— con sistema operativos Android, de Google, traen la IA integrada.
Eso significa que vienen con chips especializados y otros componentes para realizar el procesamiento de IA en el propio dispositivo, con teorías mejoras de la velocidad y de la privacidad. Son teléfonos que revisan mensajes y calendarios para mostrar información relevante al usuario justo cuando la necesita. Se espera que las capacidades de IA se incorporen en anteriores generaciones de móviles (claro, que todavía tengan soporte) conforme se actualizan sus sistemas operativos.
Todos los cambios ocurrirán aunque los grandes modelos de IA, como ChatGPT, incumplan de momento las promesas con sus nuevas versiones. La mirada se enfoca en cómo la industria aprovecha la IA. Por ejemplo, en cómo las grandes farmacéuticas se apoyan en la IA (lo están haciendo) para el desarrollo de nuevos fármacos y tratamientos. O en cómo la automatización de la administración sanitaria y el ordenamiento de datos permite los tratamientos preventivos, como en el plan piloto de la Caja Costarricense del Seguro Social o la solución de la startup costarricense AInnova Tech.
Aquí, a partir de los datos de salud o el examen del ojo se identifican con tiempo las posibilidades de que usted tenga en el corto, mediano o largo plazo una enfermedad o padecimiento grave. En el caso de la Caja, la información la recibe la clínica en una simple hoja de cálculo para comunicarse con cada paciente y que se presente a una cita para un chequeo o seguimiento médico.
En la consulta que realizamos a universidades públicas y privadas, a bancos, a aseguradoras, a informáticas, a agencias de publicidad, al Poder Judicial y a bufetes legales encontramos que la IA ya se incorporó, parcial o totalmente, en la administración, la gestión de talento, la innovación en servicios financieros y de seguros, en servicios médicos, y en mercadeo. Las entidades reportan indicios claros que ya se obtienen resultados inmediatos y que se esperan otros en los próximos años.
Lo que debemos tener claro es que, si bien los dilemas son mayores que cuando se incorporó la ofimática en los años 90, el impacto es mayor en productividad y eficiencia. Empiece a usar las herramientas de IA, depurándola de sus alucinaciones (errores) y comprobando los resultados siempre, en tareas rutinarias y aburridas como generar una respuesta de correo electrónico.
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