Mucho se habla de la revolución tecnológica y su impacto en la desaparición (y eventual creación) de empleos. En ese sentido, la pandemia no solo ha mostrado como la tecnología ha permitido a muchas personas mantener sus empleos desde la virtualidad, sino que ha desarrollado muy rápidamente sectores como la educación, las compras, los pagos y transferencias en línea. Es por ello que este es un momento crucial para potenciar aún más las posibilidades de la tecnología y a la vez, aprovecharla para el desarrollo local.
En todo el mundo en desarrollo son las capitales y unas pocas grandes ciudades las que acopian las oportunidades, los empleos y concentran el ingreso. Sin embargo, es posible cambiar esta tendencia en el mundo pos pandemia, para crear un modelo de desarrollo que permita el desarrollo de los territorios haciendo uso de la tecnología.
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Los espacios interiores, territorios (o a veces mal llamados zona rural), no se reducen únicamente a la agricultura o ganadería, como muchos piensan. Hay un mundo de oportunidades en los territorios, pero aún no son aprovechados por la ausencia de infraestructura suficiente, recursos o los incentivos adecuados para promover “migraciones en reversa” (es decir, de las grandes ciudades a las pequeñas).
Ello requiere de un primer paso que puede ser una combinación entre el aporte público y las alianzas público-privadas. En ese sentido, las zonas francas han sido las grandes ganadoras en el universo de las empresas. Cabe recordar que estas empresas reciben incentivos tributarios “a cambio de…”. Y esta es la parte que no es tan clara; a cambio de que. Esta es la parte que debemos empezar a modificar de aquí al futuro.
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A lo largo del tiempo el modelo no ha aprovechado la razón de ser de las zonas francas. Cualquier libro de texto de economía internacional hace referencia al modelo de zonas francas como un mecanismo para desarrollar económicamente zonas deprimidas o de frontera. Sin embargo, en el caso local, las zonas francas se ubicaron históricamente –en su inmensa mayoría– en el valle central; muy cerca del aeropuerto o de sus mercados de salida.
Redefinir incentivos
El modelo de zonas francas ha sido positivo para atraer empresas. Sin embargo, no ha sido lo suficientemente exitoso en el sentido de que a las empresas se les ha brindado un conjunto de incentivos a cambio de (casi) nada. El pensamiento simplista de que los incentivos son para que las empresas se instalen en un país en vez de en otro es una idea que surge del rentismo más que de la innovación. Claro que funciona, genera empleo e incrementa las exportaciones. Pero es insuficiente para integrar empresas locales a cadenas globales y también queda debiendo a la hora de descentralizar sus resultados. Lo que vemos de algunas empresas de zona franca que contratan en otras provincias, es más resultado de sus propias dinámicas que de lo que el país hace en términos de descentralización del desarrollo.
Ello solo ha generado una alta concentración en la GAM, y por tanto, una alta dependencia de las zonas francas en el área metropolitana. Una consecuencia de esa saturación es el caos vehicular (por la mayor cantidad de autos sin un incremento comparable en nuevas vías), que lleva a otros problemas como estrés, ansiedad y violencia ciudadana.
Por ello, es necesario dar un giro a la atracción de inversiones. Las empresas que se necesitan hoy y de aquí al futuro son las que están dispuestas a apostarle al país (no solo a reducir costos), a invertir en él (no solo creando empleos, ya que eso lo hacen todas las empresas), a arriesgar, a construir desarrollo. Y eso propone retos conjuntos; salir de la GAM a zonas –actualmente- con pocas oportunidades, pero de enormes posibilidades. En la zona norte ya existe una carretera que lleva de la frontera con Nicaragua hasta Limón, sin pasar por San José. ¿Cómo llevarle Internet veloz y telefonía móvil de calidad, colegios técnicos, universidades, bancos, supermercados, etc.?
Si las empresas que quieren invertir en el país lo hacen en zonas internas, no solo los incentivos deben ser más grandes, por más tiempo, sino que –además– pueden ser diferenciados; el Estado los apoya con reducciones de precios en tarifas eléctricas, internet, telefonía, agua, alquileres, costos de construcción, etc. Pero la parte del aporte de las empresas debe mostrarse en términos de ofrecer mayores incentivos a los trabajadores (calificados) para trasladarse a vivir en esas zonas, promover alianzas con empresas, universidades, institutos técnicos, para poner sucursales en esos territorios, y de esa forma, generar eslabonamientos que permitan hacer surgir nuevos polos de desarrollo. Y para ello el modelo debe apostar no solo a sectores basados en la innovación, sino también a empresas dispuestas a coinvertir en el desarrollo del país. El impacto de estas acciones se verá no solo en la ampliación de empresas existentes en estas nuevas áreas, sino también la creación de nuevas empresas micro y pequeñas que complementarán la oferta de productos y servicios de las grandes.
Una nueva realidad
La pandemia ha mostrado con dramatismo cómo actividades tradicionales como el turismo pueden venirse en picada ante una nueva ola pandémica. La pregunta sobre ello es, ¿debemos seguirle apostando al turismo o es necesario empezar a mirar otras opciones de desarrollo? Hemos sido testigos del desarrollo de la educación a distancia, las transacciones en línea, servicios de arreglo de ropa y calzado, reciclaje, productos ecológicos, eliminación del plástico de un solo uso, etc. El mundo ha cambiado y no tiene sentido pensar en volver a los esquemas del 2019. Debemos ser capaces de construir un mejor futuro.