El crecimiento del 7,5% observado en el consumo de los hogares no volverá. Las condiciones que se dieron para que el consumo y el crédito crecieran a ritmos que hoy parecen desorbitantes se agotaron. Se rompió una burbuja que se infló a lo largo de varios años.
Lo anterior, dejó como resultado endeudamiento, menor crecimiento en el consumo e indicadores de crédito que no logran despegar del suelo.
Las correcciones en el sistema financiero, en general, se dan después de un período de crecimiento demasiado elevado.
En un punto, las variables macroeconómicas que favorecieron el crecimiento de esa ‘burbuja’ dejan de ser sostenibles y explota, como resultado se presentan niveles en los indicadores muy por debajo de lo acostumbrado.
Una corrección del consumo se puede valorar desde dos perspectivas, primero desde el crecimiento del consumo de los hogares y del crédito del consumo, la otra es por medio del efecto real de las finanzas públicas en los hogares.
Después de la crisis financiera mundial, en el 2008, los indicadores de consumo comenzaron a evolucionar de forma positiva.
Entre el primer trimestre del 2009 y el cuarto trimestre del 2010, el gasto de consumo de los hogares pasó de 1,45% a 4,51% y siguió avanzando, hasta alcanzar un pico de 7,63% en el primer trimestre del 2012.
Desde entonces, se mantuvo cercano al 4% y 5%, superiores a los niveles en los que creció la economía en ese mismo período.
Sin embargo, los años posteriores comenzó a caer y evolucionó a un ritmo inferior al 2%.
Según explicó la economista Adriana Rodríguez, la corrección se viene gestando desde finales del 2015 y, a pesar de que por algunos períodos se observo cierta pausa, siguió cayendo en los años siguientes.
Esto implica que, aunque logre recuperarse, no volverá a comportarse como lo vimos hace años.
El resultado se le atribuye a que los hogares asumieron demasiada deuda en los años previos al 2015.
La corrección es más evidente ahora por el estado de la economía, la desaceleración y el deterioro de las finanzas públicas.
“La gente consumió a base de deuda y eso arrojó estos resultados, pero eso no era sostenible”, explicó Rodríguez.
En Costa Rica, el consumo de los hogares representa un 52% del Producto Interno Bruto.
La tormenta perfecta
Varios factores crearon las condiciones ideales para que las personas se sobreendeudaran.
El crecimiento abrupto del consumo fue una consecuencia directa de las medidas de la Reserva Federal y su ajuste a la baja de las tasas de interés.
Después de la crisis, los intereses en dólares se ubicaron por muchos años entre 0% y 3%, lo cual favoreció la colocación de crédito en esa moneda, especialmente de consumo.
Las tasas de vivienda estaban cerca de 6,5% en dólares y las de prendarios en 5,50%.
“Era un escenario muy atractivo y la gente entró en endeudamiento sin la conciencia de que las tasas iban a revisarse al alza en algún momento”, afirmó Rodríguez.
Por el contrario, las tasas en colones antes del 2015 rondaban entre 8% y 10,5%.
Para ese momento, se presentaron grandes flujos de capital y países como Costa Rica, con un amplia influencia externa, se ‘inundaron’ de recursos.
A la vez, el tipo de cambio mostraba una ligera estabilidad.
Entre el 2010 y el 2015, osciló entre un mínimo de ¢500 y un máximo de ¢550.
Las condiciones hicieron que entre enero del 2010 y diciembre del 2015 el saldo del crédito de consumo creciera 127,5%.
El crédito para la vivienda otorgado por el sector financiero creció 82% durante ese mismo período, mientras que el otorgado al comercio, industria y servicios se mantuvo estable, con crecimientos mucho más moderados.
Según explicó el economista José Luis Arce, los consumidores responden a incentivos.
Si por ejemplo, las tasas están bajas, el crédito crece de manera excesiva y el tipo de cambio se aprecia, genera un mensaje a las personas de que es mejor consumir ahora, de forma más barata y eso, genera una expansión del gasto.
Por el lado de los bancos, se dio también una presión, derivada de la extrema competencia. Empezaron a financiarse con recursos baratos en el exterior y empezaron a colocarlos.
“La presión por colocar en el sistema y la extrema competencia relajó los riesgos y los bancos dejaron de reparar en la calidad de la cartera”, admitió Arce.
A esta situación se le sumó un cambio en la estrategia del sistema bancario.
Hace solo 20 años era poco probable que a una persona le otorgaran créditos personales o tarjetas de crédito.
Cuando se amplió la competencia, cambió la estrategia bancaria, las entidades se abocaron a hacer más negocios en la banca de personas, se hicieron más agresivos en sus ofertas.
Después de que pasó la época de bonanza, los resultados fueron ciudadanos sobreendeudados con créditos que dejaron atrás su período de tasa fija y un tipo de cambio considerablemente más alto.
Eventualmente, las tasas comenzaron a subir, el tipo de cambio subió y el crédito dejó de crecer, al tiempo en que aumentó el desempleo y se redujo el ingreso de los hogares.
Ahora, la actualidad se caracteriza por ajustes en precios y tipo de cambio, reversión de los flujos de capital que venían del exterior, correcciones en tasas y desaceleración del crédito que a su vez se asocia a una reducción en el apalancamiento de las familias.
De acuerdo con Rodríguez, la situación del empleo también está jugando en contra.
“No está absorbiendo nuevos trabajadores, sino que hay destrucción del empleo. Esto hace que el consumo repunte más lento y probablemente, no vamos a observar mejoría en los próximos meses”, aseguró Rodríguez.
Ahora, la contracción duele más porque no estamos comparando con un nivel de crecimiento particularmente elevado.
La corrección también afectará otros resultados como el crédito al sector privado.
Ambos tienen una reacción proporcional y si uno se estabiliza, el otro también lo hace.
A pesar de esto, la mejoría depende de lo que suceda con las finanzas públicas y la adecuada aplicación de la regla y la reforma fiscal.
“El problema de las correcciones es que políticamente nadie quiere reventar la burbuja. A pesar de que se sabe que no es sostenible hay un gran incentivo político de no querer llamar a la realidad”, aseguró Arce.
Perspectiva moderada
“Si las finanzas del Gobierno empiezan a mejorar, se produce más inversión, más empleo y eso, a su vez, mejora los indicadores y ayuda al consumo”, admitió Adriana Rodríguez.
Aunque no volveremos a ver crecimientos gigantescos, el futuro dependerá de en qué gasten las personas.
Un crecimiento sano se deriva de mayores ingresos reales de la economía, mayores niveles de productividad y desempleo a la baja, muy lejos del escenario inundado de deudas en el que creció desde el 2015.
El crecimiento sano también depende de finanzas públicas sanas que eviten distorsiones en los precios y en los tipos de interés.
Eventualmente, veríamos hogares con un crecimiento del gasto más sostenible, de acuerdo con el crecimiento de la economía.
A pesar de esto, en las correcciones usualmente sufren los sistemas bancarios.
Para que esto no pase, es necesario que se implementen nuevas regulaciones que moderen más el riesgo de las entidades financieras.
“Es poco probable que se crezca como fue previo al 2016, porque los bancos y reguladores apretaron las tuercas en términos regulatorios y ahora los bancos tendrán más capacidad de medir el margen de endeudamiento de los hogares”, explicó Rodríguez.
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